02 diciembre 2009

20 años sin él

Tres años y medio antes yo había tenido el primer contacto que recuerdo con el baloncesto. Con motivo del Mundobasket (entonces se le llamaba así) de España, un supermercado sorteaba balones blancos con las banderas de todos los participantes. Uno de ellos fue para mí y me pasé ese verano entero jugando con él. Una amiga mayor que yo me enseñaba algunos trucos. Sobre todo consejos defensivos.

Era la época en la que nuestro equipo nacional nadaba en las mieles del éxito plateado y un madrileño de espaldas interminables se partía la cara a miles de kilómetros de su casa para demostrarse que era capaz de competir con los mejores. Un jóven lituano –entonces soviético- rompía tableros por Navidad, un mago vestido de púrpura y oro luchaba contra un pájaro verde amigo suyo y un aragonés con nombre de muñeco de felpa dominaba el juego con el 15 a la espalda. Aunque yo no fuera consciente de ello, aquello iba formando mi ADN baloncestístico. 




Pero todo cambió aquel día que jamás olvidaré. Era una tarde-noche invernal de domingo. Yo tenía 11 años. Estaba en casa. Recuerdo a mi padre junto al Garza. Zapatillas de abrigo y la cara desencajada. Delante del televisor. En la pantalla Romay entraba llorando al Palacio de los Deportes. Y se percibía un silencio atronador. Fernando Martín se había matado en la M30. Con molestias en su espalda, no iba a jugar. Pero iba a recoger a Quique Villalobos para ver a sus compañeros contra el CAI Zaragoza de Ranko Zeravica y Arcega.

Han pasado dos décadas desde entonces. Miles de partidos. Millones de canastas. Esta semana se publicarán muchos homenajes y se contarás anécdotas para todos los gustos. Para mí, ese 3 de diciembre de 1989 marcó un punto de inflexión. Durante muchos años, en el Torneo de Navidad he aplaudido a rabiar y me he emocionado cuando su madre Cármen recogía un ramo de flores en su honor. Este año, mi humilde homenaje son estas líneas escritas por alguien que empezó a amar el baloncesto gracias al ejemplo de jugadores como Fernando Martín Espina. 

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