¿Sabéis esa sensación extraña de que tu te crees que sigues igual que siempre y sin embargo te encuentras con alguien a quien hace años que no ves y se sorprende de lo mucho que has cambiado? Pues esa es la sensación que he tenido yo viendo el DVD que regaló hace un mes Gigantes –en colaboración con Teledeporte- con el segundo partido de la final de 1984 entre el R.Madrid y el Barcelona. Yo pensaba que el baloncesto no había cambiado tanto, y sin embargo me he sorprendido de que casi no reconocía el deporte que estaba viendo en mi televisor. Casi cada detalle era un descubrimiento. Yo era muy joven por aquella época (de hecho, mi primer recuerdo relacionado con el baloncesto es un balón de propaganda que me tocó en un supermercado con motivo del Mundobasket de 1986 en España). Pero estos días, viendo el partido ha sido como viajar a una dimensión diferente.
Ahí estaba el viejo pabellón de la Ciudad Deportiva –mucho antes de que se llamara Raimundo Saporta- con su parquet de un color indefinido entre marrón y granate. Las líneas amarillas y las canastas colgadas del techo. El público agitando miles de banderas y con cánticos que ahora nos parecerían ridículos. Los jugadores con la ropa ceñida. Héctor Quiroga narrando. Manolo Lama con el inalámbrico invadiendo la pista si hacía falta para conseguir unas declaraciones. Sin línea de tres. El Madrid sin nombres en la camiseta (el Barcelona sí, por cierto). Cinco titulares por cada equipo jugando el 80% de los minutos (40 en dos tiempos de 20, nada de cuatro cuartos). La curiosa fórmula de los tiros libres que permitía lanzar hasta tres veces para anotar dos. Posesiones de 30 segundos, invasiones de pista….
Y sin embargo, había cosas que siguen igual. El talento de los buenos jugadores. En cancha estaba la mitad de la selección que meses después tocaría la gloria en Los Ángeles. Y americanos –antes todos los extranjeros eran americanos, aunque no lo fueran- que marcaban diferencias. Davis en el Barcelona presumiendo de músculos duros como el acero de los barcos y Jackson en el Madrid luciendo una muñeca impagable desde la media distancia. Las polémicas arbitrales, las peleas, Lolo Sáinz. Perennes. Baloncesto al fin y al cabo. Cómo hemos cambiado. O no.
Ahí estaba el viejo pabellón de la Ciudad Deportiva –mucho antes de que se llamara Raimundo Saporta- con su parquet de un color indefinido entre marrón y granate. Las líneas amarillas y las canastas colgadas del techo. El público agitando miles de banderas y con cánticos que ahora nos parecerían ridículos. Los jugadores con la ropa ceñida. Héctor Quiroga narrando. Manolo Lama con el inalámbrico invadiendo la pista si hacía falta para conseguir unas declaraciones. Sin línea de tres. El Madrid sin nombres en la camiseta (el Barcelona sí, por cierto). Cinco titulares por cada equipo jugando el 80% de los minutos (40 en dos tiempos de 20, nada de cuatro cuartos). La curiosa fórmula de los tiros libres que permitía lanzar hasta tres veces para anotar dos. Posesiones de 30 segundos, invasiones de pista….
Y sin embargo, había cosas que siguen igual. El talento de los buenos jugadores. En cancha estaba la mitad de la selección que meses después tocaría la gloria en Los Ángeles. Y americanos –antes todos los extranjeros eran americanos, aunque no lo fueran- que marcaban diferencias. Davis en el Barcelona presumiendo de músculos duros como el acero de los barcos y Jackson en el Madrid luciendo una muñeca impagable desde la media distancia. Las polémicas arbitrales, las peleas, Lolo Sáinz. Perennes. Baloncesto al fin y al cabo. Cómo hemos cambiado. O no.
En cualquier caso, gracias a Paco Torres y a todos los que han tenido la genial idea de hacer realidad algo que siempre pensé que era necesario. Poner a disposición de los aficionados estas joyas. Espero que cunda el ejemplo y podamos guardar en nuestra colección partidos legendarios de otros equipos. Para vernos en el espejo del pasado.
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