¡Finalistas olímpicos!

España es finalista olímpica de nuevo. Quizá no se haya valorado como se merece semejante gesta, pero en tres años, este equipo se ha metido en tres finales en circunstancias muy diferentes y con todo tipo de dificultades. Todas se han superado y sólo Rusia supo aprovecharse el verano pasado del mal día de los nuestros.

Yo me considero hijo baloncestístico de la plata de Los Ángeles. Del equipo nacional de Antonio Díaz Miguel. La primera vez que me regalaron un balón tenía 8 años, fue con motivo del Mundial de España y desde entonces me enamoré de este deporte. El primer eurobasket que conservo nítido en mi memoria data de 1991, en Roma con el bronce para España y Antonio Martín derrochando clase por la cancha.

Luego llegaron las vacas flacas, la depresión del 92 y los duros años posteriores hasta ver la luz de nuevo en 1999, en Lisboa. Se consagraba una generación de la que habíamos oído hablar desde hacía un par de veranos, pero de la que nunca había disfrutado en vivo. Aquella final la grabé, estaba de regreso a Madrid. La ví de madrugada, sin saber el resultado. Sólo en el sofá de casa y saltando de emoción con las canastas contra EEUU de Raúl, Felipe, Germán Gabriel, Navarro... Pau, nuestro Pau, era entonces un suplente.

Ahora esos chicos cierran el círculo. Campeones del mundo absolutos en Japón. Supcampeones -campeones en nuestro corazón- de Europa en Madrid. Y, sobre todo, finalistas olímpicos en Pekín. Tres veranos inolvidables que se valorarán en su justa medida cuando nos falten los éxitos. Cuando volvamos a sufrir en los cuartos de final.

De momento, disfrutemos y soñemos con el oro. Sé que es muy complicado, casi imposible. Pero nunca imaginé cuando botaba aquel balón en 1986 que España llegaría hasta aquí. Así que no me podéis impedir soñar despierto con ganar a EEUU. Y si el domingo a mediodía la realidad me despierta, celebraré la plata como se merece. Con la esperanza de que muchos niños pasen a ser hijos baloncestísticos de esta medalla.